Tú eres el aire que a mí me lleva

Canastera, tú eres el aire que a mí me lleva, canturreó el caminante. Regresaba contento de la marisma aquella tarde; después de varios intentos infructuosos, había podido tomar algunas fotografías de las canasteras, aves que lucían una estrecha línea negra desde el buche hasta el párpado inferior y una cola larga y ahorquillada. Alguna vez las había visto volar con el pico abierto, un pico pequeño, ligeramente curvado y negro salvo en su base, de un naranja luminoso. No resultaba difícil encontrarlas cerca del agua de la marisma, pero al caminante le gustaba verlas en el aire, le agradaba contemplar  su vientre blanco y la elegante silueta de sus alas durante el vuelo, largas, apuntadas y oscuras en su parte interior; a pesar de ser aves limícolas, en lugar de explorar con sus picos el limo de las orillas, solían alimentarse de insectos mientras volaban, tal como hacían también los vencejos y las golondrinas.

Entregado al vuelo de la imaginación a la que era tan dado el caminante durante sus paseos por la marisma, le dio por pensar en esas gitanas canasteras que frecuentaban las riberas de los ríos vendiendo canastos y cestas que ellas mismas hacían con las varetas de los juncos. Como las aves homónimas, diríase que las gitanas canasteras migraban de un lugar a otro buscando la bonanza del tiempo y el sustento. Vidas errantes expuestas al albur de los acontecimientos, nómadas del viento. Sabía el caminante que la canastera común era un ave vulnerable a la extinción, como lo eran esas gitanas canasteras más propias de las estampas costumbristas de finales del XIX que de las primeras décadas del siglo XXI, décadas en las que la realidad viajaba por las autopistas de la fibra óptica. Lamentaba el caminante aquella tarde, enredado en sus pensamientos,  la desaparición de tantos oficios artesanales que habían ido adquiriendo con el paso del tiempo el tono sepia de las viejas fotografías; allí donde un día hubo un zapatero, mandil en la cintura y martillo en mano,  reparando tapas de calzados quedaban luminosos escaparates colmados de zapatos concebidos para usar y tirar;  allí donde fue vista alguna tarde la silueta de un alfarero abrazado a la cintura de su torno quedaban comercios con estantes saturados de insulsas figurillas de escayola ; allí donde hubo un carpintero con las pestañas salpicadas de serrín sonaba el ruido atronador y amenazante de las máquinas industriales cortando los listones de madera; conoció el caminante a Juan, que pasaba las tardes en su pequeño comercio cosiendo los cuadernillos de un libro y encolándolos para unirlos a las guardas. Oficios artesanales vulnerables a la extinción, oficios que tenían la frágil consistencia de la luz de la tarde en la marisma cuando el caminante la dejó detrás, feliz de llevar en su mochila, atrapadas, algunas imágenes de las canasteras.  Flamenquita, tú que haces/ tus canastitas en los puentes/ siendo tan guapa y graciosa/ ¿Por qué vives malamente? , continuó canturreando el caminante.

3 comentarios en “Tú eres el aire que a mí me lleva”

  1. Preciosa descripción de este pájaro y lo bien ligada con el oficio de canastera, con otros oficios en vías de extinción, con la vida errante de las gitanos y la canción de Camarón.
    Muy bellas las fotografías.
    Un regalo.

  2. José Luis Méndez Martínez

    Gua. Me ha encantado y el espacio de su lectura inmejorable: en un claro del bosque del parque de manzanares en una pequeña ruta de paseo con la oropendola, el guacharillo .. Sí el tren del progreso arrolló tantos oficios artesanales. No se porque he pensado en el silbo del afilador y en los ceramistas de la caverna de Saramago. Alados abrazos manchegos

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