Memento mori

Hubo una tarde en que el caminante se acercó a la marisma para fotografiar a las canasteras. Era abril y el sol lucía con fuerza; apenas soplaba el viento y diríase que todo se había conjurado a su alrededor para disfrutar de una plácida tarde primaveral. Recientemente, las canasteras habían llegado a la marisma desde sus cuarteles de invierno, en el continente africano. El caminante sentía una especial predilección por esa ave limícola que no era difícil fotografiar; le resultaban de una singular belleza  el color rojo de la base del pico y la línea negra, semicircular, que partía del párpado inferior y se prolongaba hacia la garganta. Localizó con los prismáticos una pareja en las inmediaciones de la orilla; y no lejos a algunas más revoloteando en el aire. Comenzaban entonces su ciclo reproductivo que se prolongaría hasta finales de verano.  Esas avecillas acostumbraban a poner sus nidos en el suelo, en zonas abiertas no muy alejadas del agua y, en alguna ocasión, el caminante había observado unos movimientos que él había interpretado como parte de un cortejo nupcial: un gracioso desplazamiento de la cola de arriba abajo y un esponjamiento de las plumas de la garganta y el cuello.

Aquella tarde de abril el caminante se disponía a acercarse a la orilla cuando sintió que una sombra pasaba por encima de su cabeza. Debe de ser, pensó, una rapaz. No tardó en localizarla con los prismáticos. Parecía un buitre. Le resultaba extraño, estaba acostumbrado a verlos volar a gran altura y en grupo. Meses atrás un amigo del caminante lo había llevado en coche a conocer una buitrera situada en unos acantilados de montaña, de roca kárstica. A sus pies se extendía una luminosa ensenada con formaciones dunares y en el horizonte se atisbaba la costa africana. Pasaron la mañana observando el imperial vuelo de los buitres leonados, unas aves rapaces planeadoras de extraordinaria envergadura. Disfrutaron como niños cuando encontraron algunos ejemplares merodeando en una zona muy próxima a un yacimiento arqueológico donde parecía que habían encontrado el cadáver de algún animal. Los buitres eran grandes carroñeros y su presencia en ese yacimiento arqueológico donde reposaban los restos de lo que debió de ser una importante población romana desató en la mente del caminante inquietantes evocaciones. Ubi sunt?, Tempus fugit, gritó, alzando las manos hacia el cielo con un gesto algo histriónico. Su acompañante lo miró un poco sorprendido aunque comenzaba a estar acostumbrado a que el caminante se perdiera en laberintos mentales de difícil explicación.  Era muy buen amigo, lo respetaba y acompañaba cuando lo veía disfrutar sin necesidad de dar o recibir explicaciones. Esa mañana regresaron sin impactantes fotografías a causa del momentáneo paroxismo del caminante, pero en sus retinas se quedaron esas imágenes del vuelo rasante de los buitres sobre el yacimiento arqueológico. Y aún permanecían en la retina del caminante la tarde de primavera en que este se vio sorprendido por el vuelo de un buitre solitario en la marisma. Descartó su idea inicial de fotografiar a las canasteras e intentó seguir el rastro de ese buitre solitario. Debió adentrarse mucho en la marisma para volver a encontrarlo. No estaba solo, era un grupo de cinco o seis buitres leonados situados en la orilla. No sabía qué decisión tomar, temía que alzaran el vuelo si se acercaba. ¿Habrían encontrado algún cadáver en la orilla? ¿Estaban sencillamente refrescándose? Desde lejos tomó algunas fotografías e inició el regreso a casa.

Le costó trabajo desprenderse de una extraña sensación que le había dejado el encuentro inesperado con los buitres, en la marisma, aquella tarde primaveral. De alguna manera sentía que los buitres estaban fuera de lugar o de tiempo; eran semanas en que en la marisma se estaban ejecutando rituales de vida, cortejos nupciales, apareamientos; días de temperaturas suaves y franca luminosidad. No sentía animadversión por los buitres, bien al contrario le seducía su poderoso vuelo y su habilidad planeadora. Pero aquella, justo aquella tarde en que la sombra de un buitre llamó su atención cuando se disponía a fotografiar a las canasteras, sintió que esa ave rapaz colocaba en el centro de la vida una verdad insoslayable. Memento mori.

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