Hope is the thing with feathers.

Tan hecho está el caminante a poner el oído para escuchar los cantos de los pájaros, que a veces entra en los supermercados, olvida qué iba a comprar y queda absorto escuchando las voces de las personas que transitan por los pasillos de los lineales o las conversaciones de quienes aguardan en la cola del cajero. En ocasiones, sencillamente, se ve sorprendido por una voz, por una palabra, por una frase que, como el canto de un ruiseñor en las tardes de verano, le traslada al terreno de la ensoñación. Le ocurrió así una mañana en que dos señoras conversaban, a voz en grito y con un tono bastante distendido, mientras cogían de un expositor productos de belleza. Chiquilla, le dijo una a la otra, qué cutis tienes, parece que por ti no pasan los años. La amiga le dio un golpecito cómplice en el brazo y le dijo, entre risas: Es que he comido mucha carne de grulla. Seguidamente, se alejó por el pasillo en dirección a la caja, agitando como un estandarte victorioso un botecillo de crema que sostenía en alto. Le agradaban al caminante esos encuentros desenfadados, esa distendida manera de afrontar lo cotidiano, esa gamberra forma de vivir que mostraban a veces las personas del pueblo. Señora! le gritó mientras se acercaba con paso acelerado hacia ella. ¿Verdaderamente comió usted alguna vez carne de grulla? Ella lo miró con un gesto burlón y, le pareció al caminante, con un atisbo de cierta condescendencia. Claro,  he comido carne de grulla guisada con leña de siete términos  y agua de siete pozos, le respondió. Instantes después, mientras aguardaban en la cola del supermercado, la buena mujer le contó al caminante que ella no la había comido, que era un dicho que se utilizaba mucho por la zona pero que, no obstante, ella sí le había escuchado contar a su madre que de joven había probado la carne de grulla, en los años en que las grullas aún criaban en la zona, antes de la desecación de los humedales para su conversión en explotaciones agrarias. Durante el paseo de la tarde, el caminante aún conservaba un sentimiento de gratitud tras el encuentro de la mañana con aquella señora; una vez más había constatado la presencia de las aves en el lenguaje popular de la gente, del mismo modo que quedaron representadas en las paredes de cuevas prehistóricas, en mosaicos romanos o en la toponimia de los lugares por donde pasaban. De hecho, no lejos de donde se encontraba había una pedanía llamada El grullo, recordó.

Se había marchado el viento de levante y a la quietud de la tarde se había sumado una cristalina transparencia del aire. Le pareció escuchar un breve cacareo procedente de unos pastizales cercanos; se aproximó con cautela, cámara en mano, y encontró agazapado un hermoso ejemplar de faisán con un plumaje rojizo, moteado de blanco y negro, y una cabeza verde oscuro con reflejos violetas, carúnculas auriculares rojas y lucido collar blanco. Se trataba, sin duda, de un macho. Alguna vez el caminante se había encontrado con una hembra de faisán y su plumaje era menos llamativo, especialmente el de la cabeza. Pudo hacer algunas fotografías antes de que el faisán se echara a volar, tras un aparatoso batir de alas. Ya en el aire, apreció su larga cola de plumas rojizas y pintas negras. Hizo una última fotografía, guardó la cámara en la mochila y se dijo, antes de emprender el regreso a casa: Ave que vuela, a la cazuela. Inmediatamente, el caminante se sintió incómodo con esas palabras que había pronunciado sin pensar, y que no dejaban de ser las palabras de un dicho popular para indicar que cualquier oportunidad que se presentara en la vida debía ser aprovechada. Pero sintió pudor, así como una emergente extrañeza cuando pensó que de alguna manera el día concluía tal como había empezado, con la carne de ave en el centro de atención. No quería conservan esa imagen en su recuerdo de ese día así que, como en otras ocasiones, buscó amparo en las palabras. Regresó a casa recitando un hermoso poema de Emily Dickinson, mientras abandonaba los caminos de la tarde… La esperanza es la cosa con plumas / Que se posa en el alma / Y canta la melodía sin palabras / Y nunca se detiene, jamás.

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